El confort en el hogar

Una vivienda debe asegurar un ambiente cómodo y saludable que permita a sus ocupantes disfrutar de su día a día, sus momentos de ocio, descansar, o relacionarse con sus seres queridos. La presencia de olores, ruidos, humedades o una temperatura inadecuada no solo causan molestia, sino que pueden ocasionar problemas a la salud. En el caso de los hogares que se encuentran en situación de pobreza energética, una de las consecuencias más palpable es vivir a una temperatura inadecuada. Este hecho, que se hace palpable durante el invierno, aunque cada vez más también durante el verano, puede ser causa o agravar los problemas cardiovasculares y respiratorios de colectivos vulnerables como el de las personas mayores o afectar al desarrollo escolar de niños y al rendimiento profesional de los adultos.

Muchas de las actividades que realizamos en nuestra vivienda requieren, generalmente, de un consumo energético. Nuestra alimentación, actividades de ocio, higiene personal, iluminación adecuada, confort, etc. requieren el uso de energía en un hogar. La limitación en el acceso a la energía o la ausencia de alguno de sus servicios supone, por tanto, una limitación importante para el desarrollo de una vida plena, para el cuidado de la salud y para la igualdad en términos de desarrollo respecto al resto de la sociedad.

Pero, ¿sabemos cuánta energía necesitamos para vivir?

Un mayor consumo energético no asegura necesariamente un mayor confort, por lo que es importante medir y conocer qué energía consume nuestra vivienda para identificar aquellos consumos que se pueden reducir, o incluso eliminar si resultan prescindibles. Eso sí, por ejemplo cuando hablamos de confort térmico, la energía que consumimos debe ser suficiente para asegurar el bienestar de las personas, algo que no sólo se experimenta por la temperatura, sino que influyen otros aspectos como la humedad relativa o la existencia de corrientes o entradas indeseadas de aire.

Algunos de los elementos que afectan a nuestro confort térmico son:

  • Temperatura: Según la Organización Mundial de la Salud, una vivienda ocupada por personas saludables debe encontrarse entre 18º y 24ºC, si bien estas condiciones pueden variar para individuos específicos, no siendo recomendables temperaturas menores a 20ºC en hogares ocupados por ancianos, niños, personas enfermas o discapacitados. Un sencillo termómetro o termostato te ayudará a conocer si tu vivienda se encuentra a una temperatura adecuada.
  • Humedad: La humedad es el contenido de vapor de agua que tiene el aire. Una elevada humedad hace aún menos confortables las altas temperaturas, y puede provocar condensaciones con bajas temperaturas; por otra parte, una baja humedad puede provocar sequedad en nuestra piel, ojos, nariz, etc. Es por ello que se recomienda una humedad relativa del 30% al 70%, que puede conocer mediante el uso de un higrómetro.
  • Velocidad del aire: El aire de nuestras viviendas se mueve de forma continua repartiendo el calor por todas las habitaciones y elementos que la componen. Si bien este movimiento generalmente resulta pausado e imperceptible, resulta de gran valor en ambientes calurosos al ayudar a reducir la sensación térmica, es decir, nuestra sensación de calor, al favorecer la transpiración de la piel. Por ese motivo, se recomienda una velocidad del aire no superior a 0,25m/s en ambientes fríos y no superior a 0,5m/s en ambientes cálidos, y no superior a 0,35m/s cuando se usa aire acondicionado.

Si bien estos son los factores más importantes que afectan a nuestra sensación térmica, no son los únicos que intervienen en el confort térmico. Como cualquier otro elemento, nuestra vivienda intercambia calor con su entorno, de modo que durante los meses fríos nuestra vivienda pierde calor hacia el exterior y durante los meses cálidos nuestra vivienda se calienta. Esto ocasiona que, aunque dispongamos de equipos para climatizar nuestra vivienda, si la vivienda no está bien aislada se produzcan intercambios de calor con el exterior mediante 3 mecanismos:

  • Convección: Es el intercambio de calor que se produce por el movimiento del aire. Cuando abrimos las ventanas, o se producen corrientes por las juntas de puertas y ventanas, nuestra vivienda se llena de aire a la temperatura exterior, enfriando en invierno nuestra vivienda y calentándola en verano. Hay que tener especial cuidado con este efecto en verano, ya al abrir las ventanas la corriente de aire mejora nuestra sensación térmica, pero el aire cargado de calor calienta las paredes, suelos y techo de la vivienda impidiendo que se refrigere por la noche. Para evitar este efecto, se recomienda ventilar la vivienda sólo durante las horas más cálidas en invierno (entre las 12:00 y las 15:00) y más frías de verano (entre las 7:00 y las 10:00).
  • Radiación: Cuando una superficie u objeto se calienta por los rayos del sol se calienta mediante radiación. Durante las horas de luz, y en función de la orientación de la vivienda, el sol calienta las paredes exteriores y techo de los edificios, así como el interior de nuestras viviendas a través de las ventanas. Un objeto calentado por los rayos del sol puede alcanzar una temperatura muy superior al aire que le rodea, calor que posteriormente expulsará al ambiente. De tal modo, la radiación solar es un aliado para calentar nuestra vivienda en invierno, y a evitar durante los meses calurosos.
  • Conducción: Es el intercambio de calor entre dos objetos sólidos en contacto, como el que se produce cuando tocamos un objeto muy caliente y nos quemamos. Cuando las paredes de una vivienda se calientan por efecto de la calefacción, ese calor se distribuye hasta alcanzar la superficie exterior del edificio, provocando pérdidas de calor.
 
Es por ello que una vivienda eficiente con un buen aislamiento térmico necesita menos energía para mantenerse a una temperatura de confort. Ahora bien, muchas familias vulnerables no pueden llevar a cabo medidas de mejora de la eficiencia energética que supongan un alto coste, por lo que, en esos casos, recomendamos optar por soluciones sencillas, menos eficientes, pero muy económicas, como la instalación de burletes en las ventanas, la utilización de láminas en los vidrios, el uso de cortinas gruesas protectoras, alfombras, etc. Medidas sencillas que, algunas de ellas, se han venido utilizando generación tras generación para mejorar el confort en el hogar. 
 
 

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